"En el momento en que se plantea el debate entre representación y participación políticas, cabe hablar al menos de dos planos distintos: la finalidad y la posibilidad. Es decir, para qué queremos más participación, y hasta qué punto es posible. Respecto a lo primero, en el contexto contemporáneo, y tal como lo plantea Barber, la participación se alza como una reacción contra el carácter representativo de la democracia liberal tal como se viene entendiendo desde las revoluciones burguesas y partir de teóricos que van de Hobbes y Locke a Tocqueville o Stuart Mill...
la democracia liberal encierra en sí misma un notable escepticismo hacia sus rasgos más “democráticos”, una contradicción que se resuelve a menudo apelando al más crudo realismo o a la ironía. Es la desconfianza hacia la participación del hombre-masa que se aprecia en Tocqueville, Stuart Mill, Ortega, Lippmann, Churchill… Como veíamos recientemente al hablar deinstituciones contramayoritarias, se sobreentiende que hay determinados bienes que constituyen el fin propio de la política, y que no sólo no son necesariamente alcanzados por la participación directa y deliberada del pueblo, sino que pueden alejarse o destruirse precisamente por esa participación. Es, por así decirlo, la vieja advertencia sobre el poder corruptor de la demagogia, sobre la insuficiencia del acuerdo (William Godwin) y la “tiranía de la mayoría”...
Frente a este modelo de “democracia blanda” -o más bien “tenue” en la versión original- del liberalismo, Barber propone una “democracia fuerte” definida por varios principios. En primer lugar, una democracia que entienda que el fundamento de la política es la acción y no la mera consecución de unos valores o una seguridad estáticos. Es decir, una en la que los ciudadanos hacen y no son meros espectadores. En segundo lugar, una democracia que distinga los fines propiamente públicos, que son el verdadero objeto de la política, del mero agregado de fines individuales que caracteriza a la democracia liberal. Además, se trataría de una democracia en la que los ciudadanos pueden elegir opciones de manera verdaderamente libre, y cuyo carácter deliberativo asegura la elección de las opciones menos arbitrarias y más razonables -si bien se trata de una razón no necesariamente de carácter científico o técnico...
preguntarse por las condiciones de posibilidad de la participación política; no sólo por lo que se debería hacer, o lo que se desearía hacer, sino también por lo que se puedehacer. Toda vez que la participación ha de articularse necesariamente a través de unos medios y no otros, y esos medios están a su vez condicionados tanto por factores técnicos como psicológicos, sociales y económicos, que a su vez determinan que la participación sea de una naturaleza u otra...
cabe preguntarse por los incentivos con los que cuentan los ciudadanos para participar en el proceso político. Como veíamos siguiendo a Urbinati, ni siquiera en la Atenas clásica, con una ciudadanía más reducida, ociosa, homogénea y directamente concernida que en las modernas democracias de masas, la participación era la norma...
¿sería capaz la “democracia fuerte” de proporcionar incentivos a los ciudadanos para informarse y participar activamente? Las apelaciones de Barber a una “educación cívica” parecen poco más que un recurso bienintencionado, una muestra de pensamiento blank-slater. ¿Es posible generar mediante leyes y educación “sentimientos de genuino interés público” de manera masiva?..."
Participación, deliberación y “democracia fuerte” (I)
la democracia liberal encierra en sí misma un notable escepticismo hacia sus rasgos más “democráticos”, una contradicción que se resuelve a menudo apelando al más crudo realismo o a la ironía. Es la desconfianza hacia la participación del hombre-masa que se aprecia en Tocqueville, Stuart Mill, Ortega, Lippmann, Churchill… Como veíamos recientemente al hablar deinstituciones contramayoritarias, se sobreentiende que hay determinados bienes que constituyen el fin propio de la política, y que no sólo no son necesariamente alcanzados por la participación directa y deliberada del pueblo, sino que pueden alejarse o destruirse precisamente por esa participación. Es, por así decirlo, la vieja advertencia sobre el poder corruptor de la demagogia, sobre la insuficiencia del acuerdo (William Godwin) y la “tiranía de la mayoría”...
Frente a este modelo de “democracia blanda” -o más bien “tenue” en la versión original- del liberalismo, Barber propone una “democracia fuerte” definida por varios principios. En primer lugar, una democracia que entienda que el fundamento de la política es la acción y no la mera consecución de unos valores o una seguridad estáticos. Es decir, una en la que los ciudadanos hacen y no son meros espectadores. En segundo lugar, una democracia que distinga los fines propiamente públicos, que son el verdadero objeto de la política, del mero agregado de fines individuales que caracteriza a la democracia liberal. Además, se trataría de una democracia en la que los ciudadanos pueden elegir opciones de manera verdaderamente libre, y cuyo carácter deliberativo asegura la elección de las opciones menos arbitrarias y más razonables -si bien se trata de una razón no necesariamente de carácter científico o técnico...
preguntarse por las condiciones de posibilidad de la participación política; no sólo por lo que se debería hacer, o lo que se desearía hacer, sino también por lo que se puedehacer. Toda vez que la participación ha de articularse necesariamente a través de unos medios y no otros, y esos medios están a su vez condicionados tanto por factores técnicos como psicológicos, sociales y económicos, que a su vez determinan que la participación sea de una naturaleza u otra...
cabe preguntarse por los incentivos con los que cuentan los ciudadanos para participar en el proceso político. Como veíamos siguiendo a Urbinati, ni siquiera en la Atenas clásica, con una ciudadanía más reducida, ociosa, homogénea y directamente concernida que en las modernas democracias de masas, la participación era la norma...
¿sería capaz la “democracia fuerte” de proporcionar incentivos a los ciudadanos para informarse y participar activamente? Las apelaciones de Barber a una “educación cívica” parecen poco más que un recurso bienintencionado, una muestra de pensamiento blank-slater. ¿Es posible generar mediante leyes y educación “sentimientos de genuino interés público” de manera masiva?..."
Participación, deliberación y “democracia fuerte” (I)
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