Un proyecto realmente muy interesante con la que se pretende crear de una editorial:
"Imagínense una editorial sin la intermediación de editores ni cazadores de talentos. Sin que haya ni uno solo de esos tipos que leen originales y deciden qué se publica y qué no.
Imagínense una editorial con departamento de diseño, correctores de estilo, administración, imprenta, etcétera, pero sin empleados que lean los montones de propuestas que llegan...
En esta editorial los lectores son anteriores al proyecto. Estaban ahí cuando no había nada. Fueron ellos quienes estimularon la empresa, no al contrario.
Y no solamente eso: los lectores de esta editorial son muchos y están conectados, saben leer muy bien y tienen gustos similares. Pueden decidir, o al menos promediar sus decisiones. Pueden debatir qué se publica y qué no. Y exponer sus razones, y elegir lo que quieren que les llegue a su casa en forma de libro.
Imagínense, en este escenario, al autor de una novela. O de un libro de fotografía. O de un volumen de cuentos. O de un libro de divulgación. Lo que sea. El tipo entra a la web de esta editorial hipotética y redacta la contratapa de su libro. Es decir, cuenta el resumen de la historia, dice por qué hay que leerla, etcétera. En la jerga de la editorial, este autor entra a octavos de final.
Entonces ocurre algo fabuloso: los miles y miles de lectores de la editorial se convierten en «masa ilustrada» y ocupan el lugar vacante del antiguo empleado que leía originales. Los lectores debaten los pro y los contra de esa contratapa y, si hay consenso, si la historia los atrapa, le dan puntos. Digamos, quinientos puntos. Es decir, hay quinientos lectores interesados en ese resumen.
Cuando esos quinientos puntos ocurren, aparecen las primeras quince páginas del libro a la vista de la «masa ilustrada». Allí empiezan las semifinales del autor. Ya no es un resumen lo que los lectores evaluarán, sino el estilo, la energía, el ritmo, la estructura inicial de la trama. Esas quince primeras páginas tienen que ser alucinantes en serio, porque son los lectores, y no un intermediario, quienes miden la potencia de la historia.
Supongamos que este autor es de los buenos, y los muchos lectores que han leído las quince páginas se mueren por tener ese libro en las manos. Los puntos a favor de la obra crecen, y crecen tanto (digamos, mil puntos) que el libro pasa a la gran final.
De repente, ya no hay quince páginas sino una portada. Es la tapa del libro, preciosa, en preventa. Para que se publique, la obra debe conseguir mil quinientos ejemplares vendidos. Hay un mes de tiempo y el precio es más accesible que en cualquier librería..."
Una lengua común
"Imagínense una editorial sin la intermediación de editores ni cazadores de talentos. Sin que haya ni uno solo de esos tipos que leen originales y deciden qué se publica y qué no.
Imagínense una editorial con departamento de diseño, correctores de estilo, administración, imprenta, etcétera, pero sin empleados que lean los montones de propuestas que llegan...
En esta editorial los lectores son anteriores al proyecto. Estaban ahí cuando no había nada. Fueron ellos quienes estimularon la empresa, no al contrario.
Y no solamente eso: los lectores de esta editorial son muchos y están conectados, saben leer muy bien y tienen gustos similares. Pueden decidir, o al menos promediar sus decisiones. Pueden debatir qué se publica y qué no. Y exponer sus razones, y elegir lo que quieren que les llegue a su casa en forma de libro.
Imagínense, en este escenario, al autor de una novela. O de un libro de fotografía. O de un volumen de cuentos. O de un libro de divulgación. Lo que sea. El tipo entra a la web de esta editorial hipotética y redacta la contratapa de su libro. Es decir, cuenta el resumen de la historia, dice por qué hay que leerla, etcétera. En la jerga de la editorial, este autor entra a octavos de final.
Entonces ocurre algo fabuloso: los miles y miles de lectores de la editorial se convierten en «masa ilustrada» y ocupan el lugar vacante del antiguo empleado que leía originales. Los lectores debaten los pro y los contra de esa contratapa y, si hay consenso, si la historia los atrapa, le dan puntos. Digamos, quinientos puntos. Es decir, hay quinientos lectores interesados en ese resumen.
Cuando esos quinientos puntos ocurren, aparecen las primeras quince páginas del libro a la vista de la «masa ilustrada». Allí empiezan las semifinales del autor. Ya no es un resumen lo que los lectores evaluarán, sino el estilo, la energía, el ritmo, la estructura inicial de la trama. Esas quince primeras páginas tienen que ser alucinantes en serio, porque son los lectores, y no un intermediario, quienes miden la potencia de la historia.
Supongamos que este autor es de los buenos, y los muchos lectores que han leído las quince páginas se mueren por tener ese libro en las manos. Los puntos a favor de la obra crecen, y crecen tanto (digamos, mil puntos) que el libro pasa a la gran final.
De repente, ya no hay quince páginas sino una portada. Es la tapa del libro, preciosa, en preventa. Para que se publique, la obra debe conseguir mil quinientos ejemplares vendidos. Hay un mes de tiempo y el precio es más accesible que en cualquier librería..."
Una lengua común
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